También dicen que la voz del agua se percibe con mayor claridad en los termales de San Juan, en la laguna de San Rafael y en la cascada de San Nicolás, que brotan en inmediaciones del volcán Puracé.
A través de estos lugares, situados en una esquina de las 83.000 hectáreas del Parque Nacional Natural Puracé, los guías y guardaparques recomiendan iniciar la ruta en busca del lenguaje de la naturaleza.
La travesía incluye el ascenso al cráter del Puracé, que en idioma coconuco significa montaña de fuego, y el recorrido por páramos llenos de frailejones y de árboles inmensos que se juntan para formar una selva húmeda de piso frío.
El sitio ideal para iniciar este recorrido es el albergue de las cabañas de Pilimbalá, del Ministerio del Medio Ambiente. Pilimbalá es el pie del volcán. Aquí se inicia la caminata de cuatro horas que conduce a esa boca gigantesca, que permanece abierta a 4.780 metros de altura sobre el nivel del mar.
El primer kilómetro de camino al cráter es un medidor de la resistencia del cuerpo. Lentamente la respiración se adapta al ascenso por esta pendiente de frío que está rodeada de pastos amarillos y de plantas abrigadas por un pelaje diminuto.
El tramo final se inicia en las ruinas de una base militar. A partir de este sitio se puede observar, si la nubosidad lo permite, los espejos de agua que brillan abajo, en la lejanía, en los valles del páramo.
Durante los últimos metros la falta de oxígeno exige descansos cada 10 minutos. La vegetación se esconde entre la niebla y poco a poco el suelo de la montaña se vuelve gris y rocoso hasta que los pies tocan la arena oscura que rodea el cráter.
En la cima sobran las palabras. Se perciben los olores del centro de la tierra y se siente el respeto que los coconucos profesan por esta montaña que hizo erupción por última vez en 1949. Los indígenas admiran el Puracé porque de su calor brotan ríos como el Vinagre, que ellos catalogan como el único de origen volcánico del país.
Senderos al agua Todos los senderos de Puracé conducen al agua. Luego de subir al volcán, actividad a la que se puede dedicar un día, los guardaparques sugieren entrar en los caminos que llevan a las lagunas, termales y cascadas.
A ocho kilómetros de Pilimbalá, por carretera, se llega al camino peatonal que conduce hasta la laguna de San Rafael. Para llegar a la orilla hay que recorrer una ruta abierta entre frailejones y flores de páramo.
El sendero termina justo en donde la superficie del agua, limpia e inmóvil, se estrecha en una garganta que da nacimiento al río Bedón. Más adelante, a dos kilómetros, el Bedón cae con una fuerza descomunal desde unos 20 metros de altura, frente a un mirador para turistas, situado al borde de un pequeño cañón.
A unos tres kilómetros de esta cascada se encuentran los termales de San Juan. En este sitio el sistema volcánico del parque respira a borbollones en medio de aguas azufradas que se deslizan por surcos de musgo.
El ingreso a los termales se hace a través de puentes de madera levantados sobre el olor a azufre y sobre las tonalidades verdes y rosadas de las corrientes de agua.
Aquí el líquido salta a la superficie con temperaturas de 36 grados centígrados. Por eso, los visitantes se detienen junto a los géiseres pequeños que hacen ruido sobre la arena blanca. El espectáculo de este nacimiento contrasta con los árboles carbonizados y mutilados, que mueren día a día por la acción de los gases ácidos.
Posteriormente, a unos cinco kilómetros, se inicia el sendero hacia la cascada de San Nicolás. La ruta, con tramos de piedra, troncos y barro, termina frente a una imponente caída de agua helada que el viento arroja contra todos los lados.
Luego, a seis kilómetros, un sendero de rocas lisas desciende hasta la Cueva de los Guácharos, una gruta rodeada de agua y de un musgo húmedo que tapiza las paredes. Entre las sombras de este lugar viven los guácharos, aves de páramo de vida nocturna.
En rutas como estas, que atraviesan el bosque solitario, está el libro de la filosofía, dijo alguna vez el indígena Manuel Quintín Lame. Porque ahí está la verdadera poesía, la verdadera literatura, porque ahí la naturaleza tiene un coro de cantos que son interminables, un coro de filósofos que todos los días cambian de pensamientos , escribió aquí en 1936.
Si usted va Documentación: los permisos de ingreso a las cabañas de Pilimbalá se gestionan en la oficina del Ministerio del Medio Ambiente, en Popayán, en la carrera 4 # 0-50, teléfono 239932.
Vías: Pilimbalá está a una hora y 20 minutos por carretera desde Popayán. La mayor parte de la vía está sin pavimentar. Pese a que hay una ruta de bus (Popayán-La Plata) que pasa cerca a este sitio, es preferible hacer el recorrido en automóvil particular.
Alojamiento: cada cabaña, con capacidad para siete personas, se alquila a 60.000 pesos la noche. En temporada baja el costo se reduce, según el número de visitantes. También hay una zona de camping. El tiempo máximo de estadía es de tres días.
Alimentación: en Pilimbalá funciona un restaurante en donde una comida cuesta 2.500 pesos, en tanto que un desayuno vale 2.000 pesos. También hay restaurante en los termales de San Juan y sitios de comida en la vía a la Cueva de Los Guácharos.
Entradas: El ingreso a los termales de San Juan, a la laguna de San Rafael, a la cascada de San Nicolás, al volcán Puracé y a las piscinas de Pilimbalá, que perdieron su calor termal a raíz de una filtración de aguas frías, cuesta 1.000 pesos por persona. Para acceder a la laguna de San Rafael y a la cascada de San Nicolás se debe programar con anticipación, en Popayán, el acompañamiento de un guardaparques.
Recomendaciones: llevar ropa para clima frío, guantes, bufanda y botas pantaneras. La temperatura oscila entre los 12 y 2 grados centígrados, por lo que se recomienda llevar alimentos que produzcan calorías, y bolsas para la basura.